martes, 16 de enero de 2007

8. El Teniente O´Neill

El comienzo de ésta epopeya remite al momento en que nos fugamos de la central de policía de Los Ángeles aprovechando un entuerto que se produjo durante los interrogatorios. Eran las cuatro de la tarde y el teniente O´Neill (el típico estereotipo del detective yanqui: un gordo bilioso y engreído) había comenzado a perder los estribos conmigo. El tipo no era razonable. Por empezar yo esperaba que me ofreciera café o cigarrillos (se supone que hacen eso para ganarse la confianza del acusado y que los golpes vienen más tarde, no al revés) así que su falta de cortesía me descolocó.
A esas alturas yo me encontraba muy cansado y nervioso como para pensar correctamente, y cada vez que el Teniente O´Neill me repetía una pregunta mis respuestas eran cada vez más absurdas y contradictorias. Además había algo en él que me desconcentraba, su desmesurado bigote de morsa y su incapacidad para pronunciar la letra "ere" (que él la suplantaba con la letra "de"), dos detalles que se interponían entre mi sentido común y mi sentido del humor. A lo largo del interrogatorio se me ofrecieron magníficas oportunidades para que mi imaginación correteara por los valles de la no cooperación.
O´Neill estaba de pie, por momentos caminaba alrededor mío o se detenía a mis espaldas con la intención de empequeñecerme. Cuando formulaba una pregunta se apoyaba sobre el escritorio con los puños cerrados y me miraba directo a los ojos. Ciento cuarenta kilos de autentico gorila macho inclinados hacia mi cara. La punta de su corbata oscilando como el péndulo de la muerte sobre mi nariz.
--- ¿De que se díe? ¿Le padece gdacioso habed puesto en peligdo la vida de todas esas pedsonas? Padece que se está dividtiendo en gdande, eh?¿Lo sabodea?¿Se degodea de solo pensad en esas muedtes inocentes veddad? ---
--- No me estoy riendo --- dije --- Es un tic nervioso que me quedó desde el incidente de la granada. Ya le expliqué que no tengo nada que ver con esos dos chiflados del avión, en éste mismo momento sus compatriotas deben estar revisando mis documentos y cuando se convenzan de que no soy la
persona que creen que soy todo este embrollo va a quedar aclarado---- Era la tercera vez que repetía lo mismo, pero parecía no dar con la entonación adecuada para sonar convincente.
O´Neill convirtió sus ojos en dos ranuras de brillante y experimentada desconfianza.
--- Usted miente, su nombde es Nasda Baset Odeh, y pedtenece al gdupo teddoddista "los soldados de Dios" ---
---- Le agradecería que suspenda ésta locura obsesiva que tiene conmigo o de lo contrario voy a terminar creyendo que soy otra persona. Mi nombre no es Nasda Baset Odeh sino Ariel. Ariel Tenorio. Trabajo en una compañía de seguros y soy un simple turista en viaje de placer, no un terrorista. Me gusta el mate amargo, las novelas de Poldy Bird, y escarbarme el ombligo con cotonetes. ¿Más detalles? soy un pésimo compañero de alcoba, los domingos suelo deprimirme, le tengo fobia a las arañas, y siento una adversión natural hacia las matemáticas. Por lo demás, me considero una persona completamente cuerda ---
--- Una pedsona cuedda no adiestdadía a su codtaplumas pada atacad a la gente, esa mascota suya va a id didecto a la fdeidoda --- O´Neill esbozó una sonrisa obscena --- ¿sabía usted que en Wadden Hills los elctdocutan solo para todtudadlos? Es una divedsión extda, un show pada los padientes de las víctimas, todo el mundo sabe que no se puede destduid el metal con electdicidad, el veddadedo final es el Hodno, después del sacudón los mandan al Hodno, si señod, dosmiltdecientos gdados centígrados, más caliente que el infiedno, el acedo fundido se usa pada fabdicad abdelatas, hebillas y botones ¿sabe?. En Nodteamédica le damos utilidad incluso a mieddas de esa calaña --- O´Neill estaba jugando sucio, hasta entonces Cortazarzas no había entrado en la discusión, y ese era un tema del que yo no podía hablar sin perder el dominio de mis emociones.
--- ¡Él no tiene nada que ver con esto! --- protesté. --- Lo que sucedió con la azafata no es problema suyo. Usted no tiene derecho a retenerme en ésta silla. Hace cuatro horas que estoy contestando las mismas preguntas ridículas y soportando su deplorable dicción. Le confieso que no es divertido escucharlo, uno tiene que concentrarse para descifrar que carajo está diciendo. ¿Nunca le han aconsejado visitar a un foníatra? ¿O aprender el lenguaje de signos? Le facilitaría mucho la vida, viejo ---
--- No se pase de la daya, amigo. Se lo adviedto ---
--- Se me debe una llamada telefónica, conozco la ley y usted no puede engañarme. Tengo un amigo en Argentina que me sacaría de este agujero en un abrir y cerrar de ojos. ¿O usted se cree que está tratando con un don nadie? Deme ese teléfono un minuto y se lo demostraré, tengo conocidos con mucha influencia, entiende?. Voy a hacer que lo despidan, voy a hacer que lo echen a patadas como un perro ---
Para mi sorpresa, O´Neill se llevó una mano al abdomen y soltó una carcajada. El acceso de risa fue tan intenso que en el clímax de su alegría se le escapó un burbujeante pedo, un pedo que reverberó como la trompeta de Luis Armstrong en el Madison Square Garden. El efecto fue patético, mi mueca de desprecio y su propia vergüenza se midieron a duelo en medio de un silencio incómodo.
--- Nada de llamadas --- dijo al fin O´Neill, ruborizado.
--- ¡Esto es abuso de poder y usted lo sabe. Me niego a seguir contestando ninguna de sus estúpidas preguntas hasta que no se me consiga un abogado! ---
--- Nada de abogados, y sedá mejod que coopede o me temo que me vedé obligado a tomad medidas más digudosas ---
--- Le duego que me discudpe pedo me padece que no le he entendido bien. ¿A que se defiede con medidas más digudosas? ---
--- SE ESTÁ BUDLANDO DE MI ?!! ADQUEDOSO PEDAZO DE MIEDDA, NO LE PEDMITO!!
--- No me falte el despeto, así nunca vamos a poded entablad una delación sinceda ---.
--- ESTO ES INTOLEDABLE!! ---
--- CLADO QUE ES INTOLEDABLE!! ---
--- LE ODDENO QUE CIEDDE EL PICO, CDETINO!! ---
O´Neill tomó carrera y descargó su especial mega-mazazo de mil kilotones sobre mi mandíbula distraída.
Un resplandor blanco y cegador se incrustó en mi cerebro como un meteorito. Mi cara se convirtió en Hiroshima, Nagasaki, Criptón, Melmac, la estrella de la muerte. Mis músculos, que estaban políticamente bien organizados, se decretaron en huelga y me dejaron caer de la silla sin un ápice de dignidad. Nada impidió que me desplomara en la alfombra como un borracho noqueado por el vino.
Tres... dos... uno... ¡¡Ooooo´Neiiiiiiill, campeón mundial de los peso pesado, defendiendo por vigésima segunda vez la corona!! ¡¡Que brutal derechazo amigos!! ¡¡Que aceitado, preciso y demoledor derechazo amigos!!. O´Neill se besó los guantes y levantó los brazos al cielo. Los espectadores gritaban enajenados ante la carnicería que acababan de presenciar, el olor de mi sangre flotaba en el recinto y los excitaba, O´NEILL!!. O´NEILL!!. O´NEILL!! Coreaban al unísono.
Alguien tuvo piedad y me arrojó un vaso de agua en la cara.
--- Le asegudo que me encanta mi pdofesión ---.
--- Murrrffff?...
--- Topadme con tipos como usted le da veddadedo sentido a mi tdabajo, aunque solo se tdate de poned la basuda en su lugad ---
--- Arrrfff?...
O´Neill me agarró de los pelos y me obligó a sentarme dolorosamente en la silla. Su bigote de morsa se movía como un pequeño mamífero perseguido por los buitres.
--- Usted sabe cuan gdave es su situación, veddad? Apostadía a que sí. El teddoddismo es una enfedmedad que hay que edadicad del país. Una cosa veddadedamente pedvedsa, una podquedía. Sabe como se castiga a los teddoddistas en Nodteamédica? Pues se los manda a la cámada de gas.---
Empujé con la lengua y escupí un canino y un incisivo superior, los dientes repiquetearon como dados sobre el escritorio y fueron a parar al cenicero.
O´Neill los siguió atentamente y luego me observó con una sincera expresión de asco.
--- Vamos a tomadnos un minuto y usted va a deplanteadse las ideas ¿o.k? Quiedo que sea pdudente con las despuestas. Pienso que no sedá necesadio depetidle diez veces lo mismo, tal vez podamos acladad algunos puntos flojos. ¿Qué le padece? ¿Quiede un cigaddillo? ---
Antes de que pudiera razonar lo que estaba haciendo, sonreí cordialmente y con una nitidez asombrosa dije:
--- Si, pod favod ---
Algunos cataclismos son inevitables. Los terremotos en Japón, los huracanes en las islas del Caribe, las tormentas de arena en el Sahara. O´Neill tomó el color de una ciruela madura, una red de venas fue creciendo en su frente hasta convertirse en el delta del Amazonas. Tragó saliva, y por un instante su cuello fue una boa constrictora digiriendo un cabrito moribundo. Lo vi preparándose para saltarme encima, una embestida de toro a cien kilómetros por hora, los orificios nasales dilatados, los puños apretados a un costado.
¿Que haría la cabeza si estuviera en mis zapatos? Me pregunté. No tenía idea de donde me había nacido aquella tontería, pero acaso fuese oportuno preguntármelo. ¿Qué haría la cabeza? Me quedé como embobado con la vista clavada en un elegante tintero de cerámica que descansaba al lado del teléfono. ¿QUÉ CARAJO HARÍA LA CABEZA?... Y la respuesta me llegó desde una orilla remota, una especie de llamado teléfonico mental desde Estambul, o Plutón.
( La cabezza actuaría de inmediato, monito, la cabezza zze lanzzaría al agua zzin medir lazz conzzecuenzziazz y zzin detenerzze a penzzarlo, tabula razza monito, la cabezza era el paradigma del acto prezzente, el caozz genuino liberado de toda ezzpeculazzión; efecto dominó contra todo lo ezztipulado, el perpetuo acontezzer del movimiento. Azzi lo había dizzpuezzto el Nonpalidezzedor, y azzí zzería, por lozz zziglozz de lozz zziglozz, Amón)
Había que hacer algo. Me levanté de la silla y en un solo movimiento, tomé el tintero del escritorio y arrojé su contenido sobre la cara de golem del detective O´Neill. La tinta se desparramó sobre sus ojos, su nariz, su boca. Pequeñas gotitas negras colgaron de su bigote como los mocos de un obrero petrolífero. O´Neill abrió las fauces y largó un alarido de sorpresa, un grito que más bien sonó como la interrogación gutural del primer astrolopitecus alcanzado por un rayo en las mesetas de la prehistoria.
--- WHAAAUUGGH??? ---
Cegado por la tinta, tropezó con el cesto de basura y estuvo a punto de caer de bruces, pero había en él una fuerza malévola* que no le permitió perder el equilibrio.
*O´Neill era un ente biológico de destrucción masiva, un cabroncete de sangre irlandesa dispuesto a matar por el premio mayor. La madre naturaleza lo había programado para ser el último eslabón en la cadena alimenticia, el gran depredador humano de la era de acuario. En el mundo en que O´Neill y yo nos movíamos estaba aceptado que la supremacía y la sumisión obedecían a un orden cósmico que regía las relaciones entre todos los seres inteligentes de la tierra. (No digo "seres inteligentes" exclusivamente, mi teoría también podría aplicarse sobre Abdel, Yahia y algunos cascarudos del Mato grosso que habían demostrado cierta destreza para organizarse en clanes.)
nota del autor.
Ajeno a todo, O´Neill bramaba como un oso. Su cara y sus pretensiones estaban más negras que la paleta de Goya en un día complicado. Continuamente se refregaba los ojos con una mano mientras lanzaba manotazos con la otra con la evidente intención de interceptarme. Empecé a esquivarlo con ágiles movimientos de cintura, izquierda, derecha, derecha, izquierda. Aquello era fácil, era como bailar una especie de chamamé.
( Aqui debo hacer un parate y decir que la metáfora del chamamé me dolió un poco ya que me trajo nostalgia de las costumbres de mi país. El chamamé, el juego del sapo, las carreras de sortijas, la caza del ñandú con boleadoras. Y yo lejos de mi patria, en medio de la América imperialista, soportando toda clase de atropellos y sin la menor oportunidad de devolverles la gentileza a esos gringos maturrangos) De repente me encontré recordando la sucesión de malos tratos a los que me habían sometido desde el arresto en el aeropuerto. El desayuno desabrido, la celda solitaria, las miradas torvas. Era demasiado. En el interior de mi cráneo la voz inconfundible del Carcomante me alentaba "Dale a ezze monito cabrón la palizza de zzu vida y mandate a mudar antes de que zze pudra todo". Un pequeño dolor en el surco nasogeniano me indicó que mis facciones estaban sonriendo por su cuenta. "Lanzzarze al agua zzin medir lazz conzecuenzziazz. Lanzzarze al agua zzin medir lazz conzecuenziazz"
--- Le pido disculpas por haberle tirado tinta en la cara, teniente, pero me vi obligado a hacerlo. ¡Usted es una persona extremadamente violenta!--- Y acto seguido apoyé el mentón sobre mi pecho y me arrojé contra su abdomen a toda velocidad.
O´Neill recibió mi cabezazo con un ahogado Ufff, retrocedió unos pasos y volvió a tropezar con el mismo cesto de basura. Ésta vez cayó, a pesar de la fuerza diabólica que lo dominaba cayó, en dulcísima cámara lenta, a medias desplomándose y a medias flotando como esos enormes edificios detonados desde los cimientos, en los que también se percibía un leve aura de milagro o por lo menos de respeto evangelista*.
*David y Goliat? En este caso se destacaban al menos dos hechos paradójicos; primero, si millones de años de evolución habían convertido a O´Neill en una obra maestra de ingeniería genética, y a mi en el boceto de un posible experimento de dudosa
financiación y susceptible a sugerencias, ¿como se explicaba que en un solo segundo de Carcomancia me las había arreglado para violar los mecanismos que hacían funcionar los relojes de ese sistema perfecto?
Segundo, si el sistema no era perfecto y si la naturaleza podía eventualmente omitir sus propias reglas, entonces no todas las acciones de la humanidad estaban predeterminadas por las leyes cósmicas. La conclusión era que el destino no existía. O que un acto de gran incoherencia podía convertir el destino en azar. Me parecía un concepto interesante. Significaba que un especulador nato como yo podría llegar a torcer su parasitaria suerte.
nota del autor.
O´Neill quedó tumbado boca arriba, y yo aproveché esos segundos de confusión para atacarlo. Me senté encima suyo y comencé a descargar series combinadas de puñetazos contra su rechoncha nariz. Un frenesí de peleador callejero se había apoderado de mi. Me sentía la furia misma de las pampas. Ahí estaba la reinvidicación del gaucho matrero, la venganza del tatú carreta que escapa de la trampa y salta a la yugular del cazador.
O´Neill había quedado casi inconsciente, pero yo seguí golpeándolo como por inercia, una piña atrás de la otra, una y otra vez, con los nudillos adoloridos y los dientes apretados. Me detuvo el desagradable chasquido que produjo su nariz al quebrarse.
Entonces eso era todo, pensé. El Carcomante había tenido razón, los actos inesperados había que cometerlos al primer impulso y sin dudar.
Así de fácil.
O´Neill emitió un quejido animalesco. Su cara parecía una máscara de papel maché construida por un artista novato. Bueno. Que se fuera al carajo. No me iba a sentir culpable por haberle arruinado el día a semejante hijo de puta.
Le revisé los bolsillos y encontré un manojo de llaves enganchadas a un llaverito de bety boop y una billetera de cuero de cocodrilo. En la billetera había cuarenta dólares, algunos documentos y entre ellos la foto de una mujer gorda y bizca que parecía ser su esposa o su madre
( o las dos cosas ).
Por las dudas me quedé con todo.
Después, con cierto resquemor tomé también su pistola reglamentaria y la empuñé sopesándola y apuntando al aire. En realidad no me hacía mucha gracia la manera en que se había resuelto el problema, no me gustaba tener que escapar armado como un delincuente. Pero no se podía remediar. Había sacado el ticket. El tour completo con todas las atracciones. Y una vocecita maligna me decía que tenía que viajar hasta el final del camino.
Salí a un pasillo largo y estrecho y me pegué a la pared como una cucaracha.
No había nadie a la vista.
A mi derecha había unos sillones de cuero con dos grandes helechos de cada lado, un poco más allá una expendedora de gaseosas emitió un breve zumbido y luego, como alertada de mi presencia, volvió a callarse.
La maldije en voz baja.
Más adelante, unos dos metros antes del final del pasillo, vi una puerta que parecía ser la única salida disponible. Me acerqué sin hacer ruido, sosteniendo en alto la pistola de O´Neill y probé girar el picaporte. Me di ánimo pensando que mi mala suerte tenía que cambiar tarde o temprano. Abrí la puerta con lentitud de lava y me asomé al otro lado como quien se asoma a un mal sueño.
-- -¡¡ALTO AHÍ!!¡¡NO DÉ UN SOLO PASO MÁS O ABRIMOS FUEGO!!--- Una docena de policías me apuntaba con toda clase de armas de los más diversos calibres.
--- SUELTE EL ARMA!!--- vociferó uno de los uniformados y al instante se dejó oír por todo el recinto una serie de clicks que solo podía significar una cosa; estaban dispuestos a llenarme de agujeros hasta que dejara de parecerme a mi mismo.
Comencé a reírme. No sabía por que pero todo lo que veía me parecía graciosísimo. Pequeñas lágrimas cayeron de mis ojos como diamantitos.
Y fue en ese momento cuando sucedieron dos cosas, las dos al mismo tiempo y las dos increíbles.
Repentinamente, uno de los policías que estaba a mi derecha arrugó la nariz y estornudó.
Estornudo. Dice el diccionario; Despedir con estrépito y de modo involuntario el aire aspirado. Sonido que nace desde lo más recóndito del ser y que en general suena más o menos así: "ATCHÍS!"
Sonido que coincidió exactamente con el ring de un teléfono que estaba vaya uno a saber donde y que por esas caprichosas leyes de la acústica la alquimia resultante originó la palabra "FIRE!".
Eso fue lo que escuché yo, en un sentido del tiempo dilatado y retorcido en donde la comprensión era absoluta y todos los signos decían que Dios me aborrecía de pies a cabeza.
"FIRE!"
Y eso fue también lo que escucharon los policías, porque si no como explicar que los disparos lloviesen desde el orificio de sus armas hasta mi blanduzco cuerpo de pato de feria?.
Una bala se hundió en mi muslo derecho y otra me rozó las costillas como una avispa furibunda.
Caí de costado, al grito de "Ayy!", momentáneamente a salvo de las ráfagas que destrozaron en miles de astillas la puerta de madera. El sonido de los disparos se volvió insoportable, sin dejar de reír me pregunté si no quedaríamos todos sordos después de aquello. Mi pierna sangraba a chorros y dolía como el infierno, pero así y todo me levanté y volví rengueando por el pasillo hacia la habitación en que estaba O´Neill.
Dentro de aquella irrealidad en mi cabeza solo se formaban afiladísimas mixturas de insultos dirigidos al Carcomante y sus consejos.
Cuando entré de nuevo en la sala de interrogatorios vi que O´Neill ya comenzaba a incorporarse, tenía en la cara una expresión bobalicona y la mezcla de sangre y tinta era una melaza asquerosa que le restaba todo vestigio de autoridad.
--- Vos me vas a sacar de éste quilombo, gordo de mierda!--- Le escupí casi al oído, y le rodeé el cuello con un brazo al tiempo que le apoyaba su propia pistola en la cabeza.
---Movete---
---Pod favor, pod favor señod Nasda Baset Odeh, no dispade. Pod Alá ---
---Cerrá el pico o te desparramo los sesos acá nomás, gringo pelotudo---
O´Neill abrió los ojos y obedeció al instante. Su gran estatura me obligó a treparme a sus espaldas como un mono.
Y así regresamos al pasillo.
Dos almas miserables amarradas en la misma locura.
Dos seres desaforados y sangrantes, uno montado encima del otro como dos colegiales jugando a los caballitos chocadores en el patio de recreo del infierno.
David y Goliat.
O´Neill y yo.
El teniente O´Neill y yo.
Nasra Baset Odeh.
El terrorista más peligroso de todos los tiempos.


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